Las crónicas de Nitram iban a ser un libro a publicarse hace, tal vez, 30 años. No me refiero a un best seller, sino a un libro modesto, de esos que los que no somos escritores de profesión escribimos para que algún día lo lean los nietos, en el mejor de los casos.

Se trataba de relatos escritos entre el fin de la adolescencia y los primeros juveniles, que fueron rescatados del cajón y de mi letra indescifrable por la sabiduría y el apoyo de Edith, la madre de mi hijo Luciano y de Susana, mi novia de toda la vida y madre de mi hija Belén.

Son, en general relatos que ya no escribiría. Relatos cargados de emociones pesadas. Con el paso de las décadas descubrí que escribir era simplemente contar historias y no una sesión con un terapeuta. Que también podíamos escribir para tomarnos todo en joda.